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4. ORACIÓN DE LA PRESENTACIÓN [1] |
- ¡qué gracia en su vuelo!- paloma del cielo, al templo subía y a Dios ofrecía el más puro don: sagrario y mansión por él consagrada y a él reservada en su corazón. la Sabiduría su trono te hacía, dorada patena, de la gracia llena, |
Fresco de Giotto. Hacia 1305 Capilla de los Scrovegni, Padua |
Tu luz, Virgen pura, niña inmaculada, rasgue en alborada nuestra noche oscura. princesa María, de paz y alegría llena el corazón. De Dios posesión y casa habitada, eres la morada de la Trinidad. A su Majestad la gloria le sea dada. Amén. |
DE NUESTRA SEÑORA AL TEMPLO Dios te salve, María suavísima, a quien tus santísimos padres trajeron al templo, y en tu tierna edad presentaron al Señor y ofrecieron a su servicio, para que en dejando los pechos de tu madre le hicieses sacrificio de ti misma, y como fruta temprana, fresca y cogida del árbol con su flor fueses mas gustosa y agradable a aquel Señor que es fruto de tu sagrado vientre. En el templo material entraste, y le santificaste e ilustraste para que fuese más glorioso que el que edificó el Rey Salomón, porque tú eres el templo vivo de Dios, y como un Sancta Sanctorum adonde no es lícito entrar sino al sumo Sacerdote según la orden de Melquisedec, y como la verdadera arca del Testamento en que está la urna del maná con que sustenta el cielo y la tierra. Aquí viviste y pasaste tu niñez, y fuiste modelo perfectísimo de santidad, y derramaste el olor suavísimo de todas las virtudes; y como alférez y Virgen de las vírgenes, te consagraste toda a Dios, y fuiste la primera que hizo voto de perpetua virginidad con alegre y determinada voluntad, abriendo camino con tu ejemplo a todas las vírgenes que después te han seguido y seguirán; y le guardaste tan perfectamente, que más parecías ángel sin cuerpo que doncella en carne mortal. Y pues fuiste tan acabado dechado de pureza, que sola tu vista penetraba los corazones de los que te miraban con una lumbre celestial, y criaba en ellos amor de honestidad, mírame, Señora, con esos ojos amorosos y eficaces, para que de tal manera mi ánima y mi cuerpo florezcan con la castidad, que ninguna fealdad me ensucie, ningún vicio me posea, y a ningún deleite consienta. ¡Oh Reina mía, esperanza mía y alegría mía de mi corazón! que viviendo en el templo, con la soledad, silencio y quietud te disponías a la contemplación y unión con Dios, y eras tan regalada de él y tan visible de los ángeles, que más morabas en el cielo que en la tierra, y más vivía tu espíritu con el espíritu del Señor que tu cuerpo con tu espíritu; alcánzame por tus merecimientos amor del silencio y del reposo espiritual, para que estos sean mis deleites todo el tiempo que fuere detenido en la cárcel de este cuerpo, por Jesucristo tu benditísimo Hijo, que vive y reina en los siglos de los siglos. Amén.
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