[Devocionario Católico]
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SAN VICENTE DE PAUL
1581 - 1660
4. NOVENA III

Páginas: 1. Oraciones | 2. Novena I
3. Novena II | 4. Novena III | 5. Novena IV



[Retrato de San Vicente de Paul en un grabado antiguo]

PÁGINAS DE LA NOVENA

I. Oraciones iniciales y finales

II. Días 1 a 3

> III. Días 4 a 6

IV. Días 7 a 9

por el P. Antonio Mora, C.M.

   

III. DÍAS 4 | 5 | 6

DÍA CUARTO [Ir al principio de esta página]

La sencillez, una máxima evangélica

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

¡Qué agradable a Dios es la sencillez! La Escritura dice que se deleita tratando con los más sencillos, con los sencillos de corazón, que proceden con toda sencillez y bondad (Pr 3, 32). ¿Queréis encontrar a Dios? Está con los sencillos.

Otra cosa que nos anima maravillosamente a la sencillez son aquellas palabras de nuestro Señor: «Te doy las gracias, Padre mío, porque la doctrina que yo he aprendido de tu divina majestad y que he esparcido entre los hombres, sólo es conocida por los sencillos y permites que no la entiendan los prudentes de este mundo; tú les has ocultado, si no las palabras, al menos su espíritu».

La sencillez en general equivale a la verdad, o a la pureza de intención: a la verdad, en cuanto que hace que nuestro pensamiento sea conforme con las palabras y con los otros signos que nos sirven de expresión; a la pureza de intención, en cuanto que hace que todos nuestros actos de virtud tiendan rectamente hacia Dios.

Pero cuando se toma la sencillez por una virtud especial y propiamente dicha, comprende no sólo la pureza y la verdad, sino también esa propiedad que tiene de apartar de nuestras palabras y acciones toda falsía, doblez y astucia.

La sencillez que se refiere a las palabras consiste en decir las cosas como las sentimos en el corazón, como las pensamos. Todo lo que no es esto, es doblez, apariencia, falsía, que son contrarias a la virtud de que estamos hablando, la cual quiere que se digan las cosas como son, sin dar muchas vueltas, hablando ingenuamente y sin malicia, y además con la pura intención de agradar a Dios.

En cuanto a la otra parte de la sencillez que se refiere a las acciones, consiste en obrar normalmente, con rectitud y siempre teniendo a Dios ante los ojos, en los negocios, en los cargos y en los ejercicios de piedad, excluyendo toda clase de hipocresía, de artificios y de vanas pretensiones.

Esta sencillez en las acciones no existe en aquellas personas que, por respeto humano, desean aparentar lo que no son; lo mismo que tampoco son simples o sencillos sus trajes. También va contra esta virtud tener unas habitaciones bien amuebladas, adornadas de imágenes, de cuadros, de muebles superfluos, tener un montón de libros para presumir, complacerse en cosas vanas e inútiles, en la abundancia de las necesarias cuando una basta, predicar con elegancia, con un estilo hinchado, y finalmente buscar en nuestros ejercicios otra finalidad distinta de Dios; todo esto va contra la sencillez cristiana en las acciones. (cf. Op. cit., nn. 769, 770, 774, 775, 778, 779).

Oración final. Oh benignísimo Jesús, tú viniste al mundo a enseñarnos la sencillez, para destruir el vicio contrario y educarnos con prudencia divina, para destruir la del mundo. Concédenos, Señor, una parte de esas virtudes que tú tuviste en un grado eminente. Llénanos a cada uno de nosotros de ese deseo de ser sencillos y hacernos prudentes con la prudencia cristiana. Amén.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

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DÍA QUINTO [Ir al principio de esta página]

La virtud de la indiferencia

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

Un santo dice que la indiferencia es el grado más alto de la perfección, la suma de todas las virtudes y la ruina de los vicios. Necesariamente tiene que participar la indiferencia de la naturaleza del amor perfecto, ya que es una actividad amorosa que inclina el corazón a todo lo que es mejor y destruye todo lo que impide llegar a él.

Digamos en qué consiste. Hay que distinguirla en dos partes: primero, la acción de indiferencia; y segundo, el estado de indiferencia. La acción indiferente es una acción moral voluntaria que no es ni buena ni mala. Ejemplos: Existe la obligación de alimentarse; por eso comemos. Esa acción no se sitúa entre las acciones virtuosas. Mala tampoco es, con tal que no se estropee la acción por algún exceso o por alguna prohibición. Pasearse, estar sentado o en pie, pasar por un camino o por otro, son cosas de suyo indiferentes, que no son de ningún mérito, pero tampoco son dignas de reprensión, a no ser que haya alguna circunstancia mala. Eso es la "acción indiferente".

En cuanto al estado de indiferencia, es un estado, en que se encuentra una virtud por la que el hombre se despega de las criaturas para unirse al Creador.

Lo propio de la indiferencia es quitarnos todo resentimiento y todo deseo, despegarnos de nosotros mismos y de toda criatura; tal es su oficio, tal es la dicha que nos proporciona, con tal que sea activa, que trabaje. ¿Y cómo? Hay que procurar conocerse; hay que decirse: «¡Ea, alma mía!, ¿cuáles son tus afectos? ¿a qué nos agarramos? ¿qué hay en nosotros que nos tenga cautivos? ¿Gozamos de la libertad de los hijos de Dios o estamos atados a los bienes, a los caprichos, a los honores?». Examinarse para descubrir nuestras ataduras, para romperlas. Realmente, hermanos, la eficacia de la oración debe tender a conocer bien nuestras inclinaciones y apegos, decidirnos a luchar contra ellas y enmendarnos, y luego a ejecutar bien lo que hemos resuelto.

En primer lugar estudiarse; y cuando uno se sienta apegado a algo, esforzarse en desprenderse de eso y en hacerse libre por medio de resoluciones y de actos contrarios. (cf. Op. cit., nn. 878-881).

Oración final. ¡Salvador nuestro! Concédenos la gracia de la indiferencia para estar a las órdenes de tu Padre, que nos tiende su mano y nos salva. Despéganos de todo y que, como una bestia nos dé lo mismo un carro que otro, pertenecer a un amo rico o pobre, habitar en la patria o en el extranjero. Amén.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.

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DÍA SEXTO [Ir al principio de esta página]

Sobre el buen uso de las calumnias

Comenzar con la oración preparatoria para todos los días.

He dicho que las calumnias y las persecuciones son gracias con que Dios bendice a los que le sirven con fidelidad. Veamos, pues, cómo hemos de portarnos cuando se nos calumnie y persiga, e incluso cuando se emplee la fuerza contra nosotros.

En primer lugar, hemos de disponernos de buena gana a recibir este bien de la desgracia del mundo mediante un fiel uso de las ocasiones que Dios nos presente todos los días, los choques, las palabras molestas, las contradicciones y murmuraciones; hay que empezar el aprendizaje por las cosas menos molestas, para prepararse a sostener otros ataques más importantes y duros; porque, ¿hay alguna probabilidad de que permanezca firme y esté dispuesta a sostener embates más fuertes una persona que se inquieta, se desanima o pierde la paciencia por cosas más ligeras?

Entremos, hermanos míos, en nuestro interior y veamos cómo nos aprovechamos de las ocasiones diarias que nos ofrece su divina providencia. Si entonces somos cobardes, ¿cómo podremos soportar con paciencia los grandes sufrimientos? Si no podemos ahora soportar una palabra dura y una mirada desdeñosa, ¿cómo recibiremos con rostro sereno, o incluso con alegría, las calumnias, los oprobios y las persecuciones?

Por consiguiente, hermanos míos, ejercitémonos en ello y corrijamos nuestra sensibilidad en las pequeñas contrariedades, para que Dios nos conceda la gracia de ser firmes y alegres en las mayores y más molestas.

En segundo lugar, cuando lleguen las calumnias y las persecuciones, hay que cerrar la boca para que no se nos escape ninguna palabra de maldición, de impaciencia o de recriminación contra los que nos calumnian y persiguen. ¿No es justo que nos callemos, si es Dios el que envía esas visitas? ¿No es razonable que aceptemos esa cruz con sumisión, si esa es su voluntad? ¿No hemos de alabarlo y de darle gracias por las persecuciones que sufrimos, ya que las permite para nuestra santificación?

En tercer lugar, no basta con cerrar la boca a toda palabra de impaciencia, y de queja contra los que nos persiguen y calumnian; ni siquiera hemos de defendernos, ni de viva voz, ni por escrito.

«¡Cómo!, dirá alguno, ¿No está permitido justificarse y aclarar las cosas ante los que la calumnia ha prevenido contra nosotros?». No, hermanos míos; yo no puedo decir más que lo que nos indica el espíritu del Evangelio: ¡paciencia y silencio!; esos son los elementos de la religión cristiana; hay que seguirlos.

Pero, esto será para condenarnos a nosotros mismos; nuestro silencio será una confesión tácita, y entonces ya no será posible conseguir ningún fruto con la gente. Estamos engañados, hermanos míos, si basamos el éxito de nuestros humildes trabajos en la estima del mundo; sería algo así como abrazar una sombra y dejar el cuerpo. La estima y la reputación de que hablamos no es más que el esplendor que brota de una vida buena y santa; su base y su apoyo es la virtud, que nunca podrán arrebatarnos ni las calumnias, ni las persecuciones, si permanecemos fieles a Dios y hacemos buen uso de ellas. (cf. Op. cit., nn. 956a, 962b, 963-965a, 967).

Oración final. ¡Oh Salvador de nuestras almas, que nos has llamado al seguimiento de tus máximas y a la imitación de tu vida humilde y despreciada! Pon en nosotros las disposiciones necesarias para sufrir, de la manera que tú deseas, las persecuciones que tengas a bien enviarnos.

Afírmanos en ese estado bienaventurado que has prometido a las personas afligidas y perseguidas. Haz que nos mantengamos firmes en la persecución, sin huir ni doblegarnos ante los ataques del mundo. Te lo pedimos por el mérito de tus sufrimientos. Amén.

Terminar con los gozos o himno a San Vicente.


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