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La
escultura muestra la postura del cuerpo incorrupto de la santa
tal y como Stefano Maderno, el escultor de la misma, pudo verla
en 1599 cuando su tumba fue abierta. La posición del cuerpo
es la de la reliquia y se cree que es la misma posición
en que murió la santa tras ser herida mortalmente en el
cuello en un intento por decapitarla. La estatua se encuentra
en la Iglesia de Santa Cecilia en Trastevere, Roma. |
A SANTA CECILIA,
VIRGEN Y MÁRTIR I
(de la
Iglesia de Constantinopla)
¡Oh Cecilia, digna de toda alabanza! Supiste conservar
tu cuerpo sin mancha, y librar tu corazón de todo amor
sensual. Te presentaste a tu Creador como esposa inmaculada,
cuya felicidad fue ennoblecida por el martirio. El te admitió
a los honores de esposa como a Virgen sin mancilla.
¡Oh Virgen Sagrada! El
Señor, en los consejos de su sabiduría, quiso coronar
tu frente de perfumadas y suaves rosas. Tú fuiste el lazo
de unión de los dos hermanos, para reunirlos en una misma
felicidad, y tu oración les ayudó. Ellos, abandonando
el culto impuro del error, se mostraron dignos de recibir la
misericordia de aquel que nació de la Virgen, y quiso
esparcirse entre nosotros como divino perfume.
Despreciaste las riquezas de
la tierra, deseando ardientemente poseer el tesoro del cielo;
desdeñando los amores de acá abajo escogiste tu
asiento entre los coros de las Vírgenes, y tu sabiduría
te condujo al celestial Esposo. ¡Oh honra de los atletas
de Cristo! Combatiste con valor, y rechazaste por tu varonil
denuedo los asaltos del perverso enemigo.
¡Oh gloriosa Cecilia,
augusta mártir! Tu eres templo castísimo de Cristo,
morada celestial, casa purísima. Dignate difundir el esplendor
de tu intercesión sobre nosotros, que celebramos tus alabanzas.
Enamorada de la hermosura de
Jesucristo fortificada con su amor, suspirando por sus delicias,
pareciste muerta al mundo y a cuanto en el mundo hay, y fuiste
hallada digna de la eterna vida.
¡Oh mártir digna
de toda recompensa! El amor inmaterial te hizo desdeñar
el amor de los sentidos. Tus palabras vivificantes y llenas de
sabiduría determinaron a tu Esposo a quedar virgen contigo:
ahora te ves asociada con él al coro de los Ángeles.
Un ángel refulgente,
encargado de guardarte, te asistía de continuo, rodeándote
de divino resplandor; su brazo alejaba al enemigo que te quería
hacer daño; te conservó casta y pura, siempre agradable
a Cristo por la fe y por la gracia.
¡Oh Cecilia! El deseo
de poseer a Dios, el amor que nace de lo más íntimo
del alma, el ardor divino, te inflamaron haciendo de ti un ángel
en cuerpo humano.
¡Oh Cecilia, llena de
Dios! Eres fuente sellada, jardín cerrado, hermosura reservada,
esposa gloriosa que brilla bajo la diadema, paraíso florido
y divino del Rey de los ejércitos.
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A SANTA CECILIA,
VIRGEN Y MÁRTIR II
Leías
el Evangelio, ¡oh Cecilia castísima! y obrabas lo
que leías; orabas y traías a raíz de tus
carnes un áspero cilicio para consagrar tu virginidad,
y ofrecer tu alma en sacrificio al Señor. Convertiste
a tu esposo Valeriano, y de león bravo le hiciste cordero
manso, y le enseñaste a ser mártir; y por tus palabras
y ejemplos otros muchos derramaron su sangre por Cristo. El baño
encendido te sirvió de refrigerio, e hiriéndote
tres veces el verdugo no pudo cortar tu sagrada cabeza, hasta
que al cabo de tres días, estando en oración, voló
tu bendita alma resplandeciente a tu dulcísimo esposo,
y tu casa se consagró en iglesia, y todo el pueblo recibió
por tu intercesión innumerables beneficios, y cada día
los recibe de la poderosa mano del Señor. Suplícale
¡oh Virgen purísima! que se apiade de su Iglesia,
y nos conceda la perfecta mortificación de nuestras pasiones,
y obrar lo que creemos, y traer con nuestro ejemplo a otros al
conocimiento y amor de Dios, y dar esta vida temporal por él
para gozar en la eterna contigo de tu bienaventuranza, al cual
sea gloria, honra y alabanza en los siglos de los siglos. Amén. |