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para imprimir folleto tríptico
"El Señor es compasivo
y misericordioso"
LA CUARESMA. En la Biblia el número 40 aparece en numerosas ocasiones. Por ejemplo: el diluvio duró 40 días (Gn 7,17); Moisés pasó 40 días de ayuno y oración en el monte Sinaí, antes de recibir los diez mandamientos (cf. Éx 34,27-28; Dt 9,18). Y el profeta Elías caminó por el desierto 40 días hasta llegar al monte Horeb para encontrarse con el Señor (cf. 1Re 19,8). Pero nuestra Cuaresma está inspirada en los 40 días de ayuno y oración de Cristo en el desierto, antes de iniciar su vida pública (cf. Mt 4,1-11). Es propio de este tiempo litúrgico, además del ayuno y la abstinencia que prescribe la Iglesia, el ejercicio del Vía Crucis (sobre todo los viernes), las conferencias cuaresmales, los retiros y las celebraciones del sacramento de la Penitencia. LA CENIZA La costumbre de usar la ceniza con sentido penitencial pasó a la Iglesia primitiva en el siglo IV. Pero sólo se imponía a los penitentes que hacían penitencia pública por haber cometido pecados notorios; después, a partir del siglo VIII, con la introducción de la confesión auricular, el grupo de los penitentes públicos comenzó a desaparecer; entonces la ceniza adquirió un carácter más general y acabó imponiéndose a todos los cristianos para expresar así su condición de pecadores. El sacerdote, cuando nos impone
la ceniza (el cristiano recibe una cruz en la cabeza con las
cenizas obtenidas al quemar los ramos de olivo y las palmas del
Domingo de Ramos del año anterior), puede emplear una
de las siguientes fórmulas: Acuérdate de
que eres polvo y al polvo volverás o también:
Conviértete y cree en el Evangelio. En la
primera se destaca el origen del hombre que ha sido sacado del
polvo de la tierra, y nos remite a Gn 3,19. La segunda nos llama
a la conversión y a la fe en el Evangelio como medio para
alcanzar la vida eterna, y pertenece a Mc 1,15. La ceniza nos
recuerda que un día moriremos y que necesitamos convertirnos
de nuestros pecados para entrar en la Patria celestial. LA CONVERSIÓN La Cuaresma es un tiempo privilegiado para volver a Dios, pues todos debemos enmendarnos: no sea que, sorprendidos por el día de la muerte, busquemos, sin poder encontrarlo, el tiempo de hacer penitencia (cf. Liturgia del miércoles de Ceniza). La conversión es necesaria porque muchas veces olvidamos que Dios es nuestro Padre y que todos somos hermanos. A veces nos dejamos llevar por los afanes del mundo, que los podemos resumir en tres: poder, poseer y placer. Estos afanes se pueden convertir en ídolos y hacer que perdamos de vista el amor a Dios, el amor al prójimo, y nuestro fin último: la vida eterna. Cuando el afán de poder domina a una persona, entonces sólo piensa en estar por encima de los demás, en ser importante, en acumular títulos, en buscar que los demás le sirvan. Si el afán de poseer se hace presente en la vida de alguien, entonces busca acumular bienes sin medida, desea tener más y más. Un ejemplo de esto lo encontramos en la parábola del rico epulón y el pobre Lázaro (cf. Lc 16,19-31). Y, por último, el afán de placer. Cuando este afán seduce a una persona, lo que más desea es divertirse, y no distingue entre placeres lícitos e ilícitos. Para él, los demás son medios para satisfacer sus apetencias. Son muchos los que se han dejado llevar por este afán, y han arruinado su vida cayendo en la droga, en la prostitución, y contrayendo enfermedades que han acortado su existencia. El Evangelio nos propone unas alternativas:
En realidad todos estamos afectados por estos afanes, pues somos pecadores, y necesitamos restaurar en nuestra vida el amor a Dios y el amor al prójimo. A Dios le debemos amar con todo el corazón, con toda el alma y con todo nuestro ser, y al prójimo como a nosotros mismos (cf. Mt 22,37-39). Pero para amar a Dios, a quien no vemos, es necesario que amemos también a nuestro prójimo, a quien vemos, y eso no es fácil, pues a veces, nuestra mente se fija mucho en las cosas negativas que tiene, y con ellas edificamos una barrera de separación, a veces casi infranqueable (cf. 1Jn 4,20-21). En nuestro deseo de cambiar debemos tener presente que no estamos solos pues Jesús nos ama, ha dado su vida por nosotros, y nos ha dejado en su Iglesia el sacramento de la Penitencia, para que consigamos el perdón y la paz.
EL SACRAMENTO DE LA RECONCILIACIÓN
Todos sentimos la inclinación al mal, y por eso cometemos faltas y pecados. En la confesión nos encontramos con Cristo en la persona del sacerdote, y no hay nada que no pueda ser perdonado, si hay verdadero arrepentimiento y de deseo de enmienda. En el fondo todos queremos ser perdonados de nuestros pecados para vivir una buena relación con Dios y con el prójimo. El Papa Francisco nos recuerda que Dios no se cansa de perdonar, somos nosotros los que nos cansamos de pedir perdón.
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El ayuno consiste en hacer una comida al día; pero no se prohíbe tomar algo por la mañana y por la noche. Los otros viernes del año: sólo abstinencia de carne, a no ser que coincidan con una solemnidad. La abstinencia de carne puede sustituirse por cualquiera de las formas de penitencia recomendada por la Iglesia: lectura de la Sagrada Escritura, limosna, obras de caridad, obras de piedad y mortificaciones corporales. La ley de la abstinencia obliga a los que han cumplido catorce años; la del ayuno, a todos los mayores de edad*, hasta que hayan cumplido cincuenta y nueve años. __________ |
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