VENID,
OH JESÚS.
Mi pobre alma desea
recibiros, oh mi buen Jesús. ¡Cuánto os necesito!
Venid y hacedme feliz. Vos sólo sois mi alegría,
mi felicidad, mi amor. Venid, oh Jesús.
Venid y dadme
vuestro sagrado Cuerpo que el Espíritu Santo ha formado
tan milagrosamente en el seno purísimo de María;
aquel Cuerpo que se cansó trabajando; que sufrió
hambre y sed, frío y calor y que murió por mí
en la cruz. Venid, oh Jesús y dadme vuestra adorable Sangre,
que derramasteis tan generosamente, por mi amor en el huerto
de los Olivos; aquella que corrió a torrentes en vuestra
cruel flagelación y cuya última gota brotó
de vuestro divino Corazón, perforado con la lanza del
soldado. Venid, oh Jesús y dadme vuestra hermosísima
alma que tanto pensó en mí, y que oró por
mí al Padre Celestial. Venid, oh Jesús dadme vuestra
divinidad, que desde toda la eternidad pensó en mí
con infinito amor, que hizo mi alma según su imagen y
la colmó de tantos beneficios.
Oh Jesús,
cómo goza mi alma, pensando que Vos estáis realmente
presente en la santa Hostia consagrada, por amor a mí
y por mi solo bien. Me dais el derecho de recibiros y de poseeros.
Venid, pues, oh dulce Salvador, sin Vos no puedo, no quiero vivir.
Venid, oh Jesús,
y estableced en mí vuestra morada. ¿No os atrae
más mi pobre alma que el Tabernáculo? Este es sólo
de mármol, de madera, es frío y solitario; mas
en mi corazón encontráis algo siquiera de amor
y de afecto. ¿No es verdad, oh buen Jesús? El copón,
aunque de oro y plata no es sino un vaso frío y sin vida;
yo tengo siquiera el sincero deseo de adornar mi alma con virtudes.
La luz del sagrario, que indica vuestra divina presencia, no
deja de ser sino una débil llamita.
Venid, oh Señor,
y encended en mí el fuego de vuestro divino amor, y mi
corazón arderá en llamas de tiernos afectos.
El altar es
vuestra morada transitoria, es como una sala de espera. Mi pobre
corazón es el objeto de este divino sacramento de amor.
En mi queréis establecer vuestra morada permanente, vuestra
verdadera residencia. Conmigo queréis vivir acá
en la tierra en dulce compañía para luego continuarla
en la eterna gloria.
¡Venid,
oh Jesús! Tengo tanto que deciros; tantas faltas por las
cuales debo pediros perdón; tantas penas y cuitas que
contaros. Cansado y desilusionado estoy de este mundo engañador
y de sus necias promesas y diversiones. ¡Qué mentiroso
y engañador es el mundo! Quiero descansar una hora con
Vos, oh dulce Maestro. Vos me entendéis, y tenéis
interés en mi bienestar espiritual y en mi verdadera felicidad.
Mi corazón está fatigado y busca un lugar de descanso.
Tiene sed de amor, porque para eso lo habéis creado. No
permitáis oh Jesús, que corra tras las vanidades
del mundo. Dadme una voluntad firme que resista enérgica
y resueltamente las locuras del mundo y los placeres de la carne.
Venid, Señor,
y quedaos conmigo, entonces me será fácil olvidar
al mundo y sus placeres engañadores.
¡Venid,
oh Jesús! Deseo irme al Padre. Mas no puedo ir solo. Vos
tenéis que acompañarme. Ahora estáis en
mi corazón. Vos sois mi propiedad. Ayudadme a conocer
al Padre; presentadme a El.
Os doy gracias,
oh Padre Celestial, por haberme dado a vuestro Unigénito
Hijo. El solo me basta. Ah, ¡qué don mas precioso!
Jesús es mío, ¡Padre Eterno! Yo os lo devuelvo,
os lo entrego; pero Vos oh Padre, debéis aceptarme como
a vuestro hijo y perdonarme en vuestra infinita misericordia
todos mis pecados.
Venid, oh buen
Jesús, acordaos, como los pequeñuelos se alegraban
de poder estar en vuestra presencia; dadme un corazón
dócil e inocente como el de un niño. Zaqueo desbordaba
de júbilo y contento cuando os hospedasteis en su casa.
¡Cómo se llena de gozo mi alma cuando venís
a mí! ¡ Siempre me traéis tanta alegría
y tanta paz y felicidad Nunca tenéis palabras de reproche.
Con María
Magdalena vuelo a vuestras plantas. El enemigo maligno me persigue,
sabe muy bien cuán débil soy. Pero mirad, oh Jesús,
si he pecado como Magdalena también me arrepiento como
ella. Ojalá merezca yo oír de vuestros divinos
labios aquellas consoladoras palabras: "Mucho se te ha perdonado,
porque has amado mucho." Oh, ¡si yo pudiera asemejarme
a San Juan, vuestro discípulo predilecto! ¡Quién
pudiera descansar reclinado sobre vuestro divino pecho!
¡Venid,
oh Jesús! Hoy debéis habitar conmigo. Ignoro lo
que me traerá el día de hoy: penas o alegrías,
dichas pesares. Ahora ya os doy gracias por do lo que vuestra
mano paternal se digne enviarme. ¡Bendito seáis!
Pero no olvidéis, oh buen Jesús, que yo temo los
sufrimientos y no me atrevo a llevar mi cruz sino sostenido por
Vos. No quiero llorar, sino reclinado sobre vuestro divino pecho.
Venid, Jesús, mi buen Jesús.
Ilustración de esta página: Cristo con el cáliz
de Juan de Juanes. Museo de Bellas Artes de Budapest. Web Gallery of Art.
|