SEÑOR
MÍO JESUCRISTO [1]
(para antes de
la comunión)
Señor
mio Jesucristo, Creador y conservador del cielo y de la tierra,
Padre el más amoroso, médico el más compasivo,
maestro sapientísimo, pastor el más caritativo
de nuestras almas. Aquí tenéis a este miserable
pecador, indigno de estar en vuestra presencia y más indigno
aún de acercarse a ese banquete inefable. ¡Ay, Señor!
Cuando considero vuestra infinita bondad en querer venir a mí,
me pasmo..., y al mirar la multitud de pecados con que os ofendí
y agravié en toda mi vida, me confundo, me ruborizo y
me siento compelido a deciros: «Señor, no vengáis...;
apartaos de mí, porque soy un miserable pecador».
Si el Bautista no se consideraba digno de desatar las correas
de vuestro calzado, ¿cómo mereceré yo tan
grande honor?... Si el temor y el respeto hace que tiemblen los
Angeles en vuestra presencia, ¿podré yo no temblar
al presentarme y sentarme a vuestra mesa divina? Si la Santísima
Virgen, aunque destinada para ser vuestra Madre, y condecorada
con todas las excelencias, prerrogativas y gracias posibles en
una pura criatura, se considera, sin embargo, como una esclava,
e indigna de concebiros en sus purísimas y virginales
entrañas, ¿podré yo, miserable pecador,
lleno de imperfecciones y defectos, tener valor para recibiros
en mi interior? ¡Ay, Señor! ¿No os horroriza
este delicuente?... ¿No os causa asco el venir a mi y
entrar en tan vil e inmunda morada?
En verdad,
Señor, que yo no tuviera valor para acercarme a Vos, si
primero no me llamaseis, diciéndome como a otro Zaqueo,
no una vez sola, sino tantas cuantas son las inspiraciones con
que me dais a conocer el deseo que tenéis de venir a mi:
Baja, Zaqueo, pues hoy quiero hospedarme en tu casa. Pero ¿qué
es lo que os mueve a venir a mí, Señor? ¿Mis
méritos? ¿Mis virtudes? ¿Cómo hablará
de virtudes y méritos un pecador como yo?, ¡ah,
ya lo entiendo, Señor; mis miserias, mi pobreza: esto
es lo que os mueve. ¡Oh exceso de amor!
Vos dijisteis
que no son los sanos los que necesitan del médico, sino
los enfermos; y he aquí por qué queréis
venir: veis mi urgente necesidad, y el deseo de remediarla os
impele. En efecto, Señor, es tal el estado de mi alma,
que puedo decir con verdad: «De la planta del pie a la
coronilla de la cabeza no hay en mi parte sana»; ¡tantas
son mis imperfecciones! No obstante, aquí me tenéis,
Señor; me presento a Vos, no porque de Vos me juzgue digno,
sino porque no puedo vivir sin Vos; iré a Vos cual otro
mendigo al rico, para que remediéis mis miserias y para
que me libréis del ahogo de mis faltas e imperfecciones;
iré porque las grandes enfermedades que me aquejan sólo
Vos podéis remediarlas; una mirada compasiva, divino Médico,
y quedarán sanas mis potencias y sentidos.
Párate
aquí un poco y descúbrele confiado todos tus males
corporales y espirituales, y después prosigue:
Virgen Santísima:
ya que compadecida de los esposos de Caná de Galilea los
sacasteis del apuro, alcanzándoles de Jesús aquella
milagrosa conversión del agua en vino, pedidle también
que obre en mi favor un prodigio semejante, concediéndome
las gracias que para recibirle dignamente he menester. A Vos
nunca os dio un desaire; siempre sois atendida: interesaos, pues,
por mí; haced en mi favor cuanto podéis. ¡Oh,
cuánto lo necesito!
Angeles santos:
veis que voy a sentarme a la santa Mesa y comer al que es vuestro
pan; alcanzadme que yo vaya con el vestido nupcial y ataviado
con el adorno de todas las virtudes.
¡Oh Santos
todos moradores del cielo! Interesaos por mí, y haced
que yo me llegue al augusto Sacramento cual os llegabais vosotros,
y que, sacando de él los frutos que vosotros, pueda decir
con verdad: «Vivo yo, mas no yo, sino que vive en mi Cristo
». Con esta fe, esperanza, confianza y amor me llego a
Vos, Señor y Dios mío.
1.
Esta oración para rezar antes de la comunión aparece
en el devocionario que San Antonio María Claret escribió
con el título de "Camino recto". [Volver]
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