A LA VIRGEN
DE LOS DOLORES
Señora y Madre nuestra: tu estabas serena y fuerte junto
a la cruz de Jesús. Ofrecías tu Hijo al Padre para
la redención del mundo.
Lo perdías, en cierto
sentido, porque El tenía que estar en las cosas del Padre,
pero lo ganabas porque se convertía en Redentor del mundo,
en el Amigo que da la vida por sus amigos.
María, ¡qué
hermoso es escuchar desde la cruz las palabras de Jesús:
"Ahí tienes a tu hijo", "ahí tienes
a tu Madre".
¡Qué bueno si
te recibimos en nuestra casa como Juan! Queremos llevarte siempre
a nuestra casa. Nuestra casa es el lugar donde vivimos. Pero
nuestra casa es sobre todo el corazón, donde mora la Trinidad
Santísima. Amén.
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PLEGARIA A LA
VIRGEN
EN CUARESMA
Dame tu mano, María,
la de las tocas moradas; clávame tus siete espadas en
esta carne baldía.
Quiero ir contigo en la impía
tarde negra y amarilla.
Aquí, en mi torpe mejilla,
quiero ver si se retrata esa lividez de plata, esa lágrima
que brilla.
¿Dónde está
ya el mediodía luminoso en que Gabriel, desde el marco
del dintel, te saludó: "Ave, María"?
Virgen ya de la agonía, tu Hijo es el que cruza ahí.
Déjame hacer junto a
ti este augusto itinerario.
Para ir al monte Calvario cítame
en Getsemaní.
A ti doncella graciosa, hoy
maestra de dolores, playa de los pecadores, nido en que el alma
reposa, a ti te ofrezco, pulcra rosa, las jornadas de esta vía.
A ti, Madre, a quién
quería cumplir mi humilde promesa.
A ti, celestial princesa, Virgen
sagrada María. Amén. |