Fotografía
antigua del santuario de la
Virgen de las Lágrimas en Siracusa
(autor: Saraceno)
LAS LÁGRIMAS
DE LA VIRGEN
TESTIMONIAN SU PRESENCIA
1. Hay un lugar en Jerusalén, en la ladera
del Monte de los Olivos, donde, según la tradición,
Cristo lloró por la ciudad de Jerusalén. En esas
lágrimas del Hijo del hombre hay casi un eco lejano de
otro llanto al que se refiere la primera lectura tomada del libro
de Nehemías. Después del regreso de la esclavitud
Babilónica, los Israelitas decidieron reconstruir el templo.
Pero antes escucharon las palabras de la sagrada Escritura y
del sacerdote Esdras, que bendijo después al pueblo con
el libro de la Ley. En ese momento todos rompieron en llanto.
En efecto, leemos que el gobernador Nehemías y el sacerdotes
Esdras dijeron a los presentes: "Este día está
consagrado al Señor, vuestro Dios; no estéis tristes
ni lloréis". "No estéis tristes, la alegría
del Señor es vuestra fortaleza" (Ne 8, 9. 10). El
llanto de los israelitas era de alegría por haber recuperado
el templo y haber reconquistado la libertad.
2. Por el contrario, el llanto de Cristo en el
Monte de los Olivos no fue de alegría, En efecto, exclamó:
"¡Jerusalén, Jerusalén, la que mata
a los profetas y apedrea a los que le son enviados! ¡Cuántas
veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina reúne
a sus pollos bajo las alas, y no habéis querido! Pues
bien, se os va a dejar desierta vuestra casa" (Mt 23, 37-38).
En el llanto de Jesús
por Jerusalén se manifiesta su amor a la ciudad santa
y, al mismo tiempo, el dolor que experimentaba por su futuro
no lejano, que prevé: la ciudad será conquistada
y el templo destruido; los jóvenes serán sometidos
a su mismo suplicio, la muerte en cruz. "Entonces se pondrán
a decir a los montes: ¡caed sobre nosotros!
Y a las colinas: ¡cubridnos! Porque si en el
leño verde hacen esto, en el seco ¿qué se
hará?" (Lc 23, 30-31).
3. Sabemos que Jesús lloró en otra
ocasión, junto a la tumba de Lázaro. "Los
judíos entonces decían: Mirad cómo
quería. Pero algunos de ellos dijeron: Éste
que abrió los ojos del ciego, ¿no podía
haber hecho que éste no muriera?" (Jn 11, 36-37).
Entonces Jesús, manifestando nuevamente una profunda turbación,
fue al sepulcro, ordenó quitar la piedra y, elevando la
mirada al Padre, gritó con voz fuerte: "¡Lázaro,
sal fuera!"(cf. Jn 1, 38-43).
4. El evangelio nos habla también de la
conmoción de Jesús, cuando exultó en el
Espíritu Santo y dijo: "Yo te bendigo, Padre, Señor
del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios
e inteligentes y se las has revelado a pequeños. Sí,
Padre, pues tal ha sido tu beneplácito" (Lc 10, 21).
Jesús se alegra por la paternidad divina; se alegra porque
puede revelarla y, por último porque pude irradiarla de
modo especial para los pequeños. El evangelista Lucas
define todo eso como un regocijo en el Espíritu Santo.
Regocijo que impulsa a Jesús a revelarse aún más:
"Todo me ha sido entregado por mi Padre y nadie conoce quién
es el Hijo sino el Padre; y quien es el Padre sino el Hijo, y
Aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar" (Lc 10, 22).
5. En el Cenáculo, Jesús predice
a los Apóstoles su llanto futuro: "En verdad, en
verdad os digo que lloraréis y os lamentaréis,
y el mundo se alegrará. Estaréis tristes, pero
vuestra tristeza se convertirá en gozo", Y añade:
"La mujer, cuando va a dar a luz, está triste, porque
le ha llegado su hora; pero cuando ha dado a luz al niño,
ya no se acuerda del aprieto, por el gozo de que ha nacido un
hombre en el mundo" (Jn 16, 20-21). Así, Cristo habla
de la tristeza y de la alegría de la Iglesia, de su llanto
y de su alegría, refiriéndose a la imagen de una
mujer que da a luz.
6. Los relatos evangélicos no recuerdan
nunca el llanto de la Virgen. No escuchamos su llanto ni en la
noche de Belén, cuando le llegó el tiempo de dar
a luz al Hijo de Dios, ni tampoco en el Gólgota, cuando
estaba al pie de la cruz. Ni siquiera podemos conocer sus lágrimas
de alegría, cuando Cristo resucitó.
Aunque la sagrada Escritura
no alude a ese hecho, la intuición de la fe habla en favor
de él. María, que llora de tristeza o de alegría,
es la expresión de la Iglesia, que se alegra en al noche
de Navidad, sufre el Viernes santo al pie de la cruz y se alegra
nuevamente en el alba de la Resurrección. Se trata de
la Esposa del Cordero, que nos ha presentado la segunda lectura,
tomada del libro del Apocalipsis (cf. 21, 9).
7. Conocemos algunas lágrimas de María
por las apariciones con las que ella de vez en cuando acompaña
a la Iglesia en su peregrinación por los caminos del mundo.
María llora en La Salette, a mediados del siglo pasado,
antes de las apariciones de Lourdes, en un período durante
el cual el cristianismo en Francia afronta una creciente hostilidad.
Llora también aquí,
en Siracusa, al término de la segunda guerra mundial.
Se puede comprender dicho llanto precisamente en el marco de
esos hechos trágicos: la inmensa hecatombe causada por
el conflicto; el exterminio de los hijos e hijas de Israel; y
la amenaza para Europa que proviene del este, constituida por
el comunismo declaradamente ateo.
También en ese período
llora la imagen de la Virgen de Czestochowa, en Lublín:
éste es un hecho poco conocido fuera de Polonia. Por el
contrario se difundió ampliamente la noticia del acontecimiento
de Siracusa, y fueron numerosos los peregrinos que vinieron aquí.
También el cardenal Stefan Wyszynski vino aquí
en peregrinación en 1957, después de haber sido
excarcelado. Yo mismo, que por aquel entonces era un obispo joven,
vine aquí durante el Concilio, y pude celebrar la santa
misa el día de la conmemoración de todos los fieles
difuntos.
Las lágrimas de la Virgen
pertenecen al orden de los signos; testimonian la presencia de
la Madre Iglesia en el mundo. Una madre llora cuando ve a sus
hijos amenazados por algún mal, espiritual o físico.
María llora participando en el llanto de Cristo por Jerusalén,
junto al sepulcro de Lázaro y, por último, en el
camino de la cruz.
8. Pero conviene recordar también las lágrimas
de Pedro, El evangelio de hoy narra la confesión de Pedro
en las cercanías de Cesarea de Filipo. Escuchemos las
palabras de Cristo: "Bienaventurado eres Simón, hijo
de Jonás, porque no te ha revelado esto la carne ni la
sangre, sino mi Padre que está en los cielos" (Mt
16, 17). Hay otras palabras muy conocidas del Redentor a Pedro:
"En verdad, en verdad te digo: no cantará el gallo
antes que tú me hayas negado tres veces" (Jn 13,
38). Y así sucedió. Pero, cuando en la casa del
sumo sacerdote, Jesús miró a Pedro en el momento
en que cantó el gallo, éste "recordó
las palabras del Señor. Y, saliendo fuera, rompió
a llorar amargamente" (Lc 22, 61-62). Lágrimas de
dolor y de conversión, que confirman la verdad de su confesión.
Gracias a ellas, después de la resurrección, pudo
decir a Cristo: "Señor, tú lo sabes todo;
tú sabes que te amo" (Jn 21, 17).
9. Hoy, aquí en Siracusa, puedo dedicar
el santuario de la Virgen de las Lágrimas. Aquí
estoy finalmente, por segunda vez, pero ahora vengo como Obispo
de Roma, como Sucesor de Pedro, y realizo con alegría
este servicio a vuestra comunidad, a la que saludo con afecto.
10. Oigo resonar hoy en mí, en este lugar,
las palabras que Cristo dirige a Pedro: "Tú eres
Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella. A ti
te daré las llaves del reino de los cielos; y lo que ates
en la tierra quedará atado en los cielos, y lo que desates
en la tierra quedará desatado en los cielos" (Mt
16, 18-19).
Estas palabras de Cristo expresan
la suprema autoridad que él posee como Redentor: el poder
de perdonar los pecados, que adquirió al precio de su
sangre derramada en el Gólgota; el poder de absolver y
perdonar.
11. Santuario de la Virgen de las Lágrimas,
has nacido para recordar a la Iglesia el llanto de la Madre.
Recuerda también el
llanto de Pedro, a quien Cristo confió las llaves del
reino de los cielos para el bien de todos los fieles. Que esas
llaves sirvan para atar y desatar, para redimir toda miseria
humana.
Vengan aquí, entre estas
paredes acogedoras, cuantos están oprimidos por la conciencia
del pecado y experimenten aquí la riqueza de la misericordia
de Dios y de su perdón. Los guíen hasta aquí
las lágrimas de la Madre. Son lágrimas de dolor
por cuantos rechazan el amor de Dios, por las familias separadas
o que tienen dificultades, por la juventud amenazada por la civilización
de consumo y a menudo desorientada, por la violencia que provoca
aún tanto derramamiento de sangre, y por las incomprensiones
y los odios que abren abismos profundos entre los hombres y los
pueblos.
Son lágrimas de oración:
oración de la Madre que da fuerza a toda oración
y se eleva suplicante también por cuantos no rezan, porque
están distraídos por un sin fin de otros intereses,
o porque están cerrados obstinadamente a la llamada de
Dios.
Son lágrimas de esperanza,
que ablandan la dureza de los corazones y los abren al encuentro
con Cristo redentor, fuente de luz y paz para las personas, las
familias y toda la sociedad.
Virgen de las Lágrimas,
mira con bondad materna el dolor del mundo. Enjuga las lágrimas
de los que sufren, de los abandonados, de los desesperados y
de las víctimas de toda violencia.
Alcánzanos a todos lágrimas
de arrepentimiento y vida nueva, que abran los corazones al don
regenerador del amor de Dios. Alcánzanos a todos lágrimas
de alegría, después de haber visto la profunda
ternura de tu corazón.
¡Alabado sea Jesucristo!
6 de noviembre
de 1994
1. El texto está
tomado de las páginas de las Siervas de los Corazones traspasados de Jesús
y María. Por su importancia, se reproduce aquí
este texto para ayudar a comprender mejor el significado de las
lágrimas en la Virgen María. [Volver] |