DÍA PRIMERO
Milagrosa
venida de la Santísima Virgen en carne mortal a Zaragoza
Comenzar con las oración
preparatoria para todos los días.
¡Oh Santísima
Virgen María! ¡Vos en Zaragoza! Yo os saludo, Soberana
Reina, en el día más feliz que vieron las naciones.
¡Grata memoria! Que pasando de generación en generación,
mantiene por diecinueve siglos una devoción tierna, una
piedad constante, y un agradecimiento. ¡Milagrosa venida!
Que así transporta nuestros corazones en un santo júbilo,
y excita en nosotros los más tiernos sentimientos de piedad
y gratitud eterna. ¡Fineza admirable! ¡Predilección
singular! ¡Exceso de amor! Cuando la Madre de Dios vivía
aún en la famosa Ciudad de Jerusalén, oficiosamente
ocupada en el cuidado de la naciente Iglesia, se dignó
venir a Zaragoza a visitarnos en persona. Esta es la tradición
más autorizada y respetable. En el año 40 de la
Era cristiana, dominando el Imperio Romano, y predicando el Santo
Evangelio en esta misma Ciudad, el Protomártir entre los
Apóstoles nuestro Patrón Santiago, a tiempo que
oraba con sus discípulos en las orillas del Ebro, a la
media noche del dos de Enero, se le apareció la Santísima
Virgen, Madre de Dios y Reina del Cielo, viviendo aún
en carne mortal, llena de majestad, y acompañada de coros
de Angeles, que cantaban diversas alabanzas. Los Angeles, según
su piadosa tradición, traían su Sagrada Imagen
y una Columna de jaspe, que hoy con tanta devoción veneramos.
¡Oh beneficio incomparable! ¿De dónde a nosotros
tanto favor ¿Por qué es Zaragoza la predilecta?
Cosas grandes se han dicho de ti, Ciudad Augusta; pero ninguna
eleva tanto tu grandeza, como la venida de la Santísima
Virgen en carne mortal. ¡Oh Ciudad de María! Este
favor no dispensado a nación alguna, forma tu verdadera
gloria, y cubre tu suelo clásico de honor, de riqueza,
de nobleza, y la memoria de este prodigio inmortalizada en los
fastos de la Iglesia, hará eterna tu gloria, y la de la
nación española.
Oración final. ¡Oh Reina ¡Oh Madre! ¡Oh
Señora! ¡Cuánto os debo por este beneficio
tan singular! ¡Y cuán poco es lo que yo he hecho
hasta aquí en obsequio vuestro! Mi alma se deshace en
llantos de ternura, y siente infinitamente no haberos correspondido.
Pero sois Madre de bondad, yo me acojo a vuestra protección,
suplicándoos humildemente, que sin atender a mis iniquidades,
sino sólo a vuestra misericordia, seáis mi intercesora
y abogada para con Dios, y así mi alma, horriblemente
deforme por la culpa, recobrará su belleza; herida de
muerte, sanará; muerta espiritualmente, volverá
a la vida; y como dice el Apóstol, se hará como
una nueva criatura en Jesucristo. Esta, gracia principalmente
os pido, y la particular que deseo en esta novena, si me conviene
para el mayor bien de mi alma. Los Angeles os alaben. Amén.
Terminar con los oraciones
finales para todos los días.
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DÍA SEGUNDO
La
Santísima Virgen manda al apóstol Santiago que
le erija un templo a su nombre en el mismo lugar que le señala
Comenzar con las oración
preparatoria para todos los días.
La Reina de los Cielos y Abogada
nuestra, no sólo nos ha distinguido entre todas las naciones
con su venida a Zaragoza, sino que para perpetuar la memoria
de tan singular beneficio, mandó al Apóstol Santiago
edificase un templo a nombre de tan gran Señora. El santo
Apóstol, vuelve de su éxtasis y de su rapto por
el resplandor de su presencia, oye las dulces palabras con que
le habla de este modo: Santiago, este es el lugar que yo he elegido:
aquí quiere el Omnipotente que dediques un templo, que
llevando mi nombre, sea el suyo engrandecido. Este ha de ser
mi templo y casa, mi propia herencia y posesión; en el
se manifestará la virtud del Altísimo por mi intercesión
y mis ruegos a favor de los que pidieren con verdadera fe y piadosa
devoción. Aquí se obrarán prodigios, y portentos
admirables, especialmente en aquellos que en sus necesidades
invocaren mi favor. Mira también ese Pilar, él
quedará aquí, y colocada sobre él mi propia
Imagen. En testimonio de esta verdad y promesa, estará
en este lugar con la fe, hasta el fin del mundo, y nunca faltará
en esta Ciudad, quien venere el nombre de Jesucristo, mi Hijo.
¡Qué generosidad! ¡ Qué amor el que
nos muestra la Santísima Virgen! La Reina del Cielo ha
colocado su trono en Zaragoza Llegaos, hijos de la Iglesia, a
este trono de misericordia, pedid con confianza favores y gracias,
que esta tierna Madre está empeñada en vuestro
bien. ¿Quién jamás la invocó en sus
necesidades que no fuera luego socorrido ?
Oración final. Yo clamo, pues, a Vos, Madre amada;
poderosa sois para librarme de la muerte eterna, como habéis
librado a innumerables pecadores, alcanzándoles tiempo
de penitencia inspirándoles arrepentimiento de sus culpas.
Os ruego con toda la efusión de
mi corazón contrito y humillado, que os compadezcáis
de este siervo infiel, que restituyáis a la amistad de
Dios a este hijo ingrato, que arrepentido clama a Vos. Salvadme,
Madre mía, no permitáis que perezca para siempre.
Alcanzadme también la gracia particular que pido en esta
Novena, si me conviene para el mayor bien de mi alma. Coros celestiales,
ensalzad a María, como Reina suprema de los Cielos. Amén.
Terminar con los oraciones
finales para todos los días.
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DÍA TERCERO
La
Santísima Virgen nos dejó como un don precioso
su sagrada imagen que es nuestro amparo y consuelo en toda tribulación
Comenzar con las oración
preparatoria para todos los días.
Grande y digno de toda nuestra
gratitud es el beneficio que nos dispensó la soberana
Reina de los Angeles con su venida a Zaragoza, pero también
es digno de todo nuestro aprecio, el monumento eterno, la memoria
perenne de habernos dejado su sagrada Imagen como un don precioso
del Cielo. ¡Oh! ¿Cómo hemos de olvidar beneficios
tan singulares, si tenemos siempre a nuestra consideración
un recuerdo perpetuo de las finezas de su maternal amor para
con nosotros? Acudimos a los pies de tan gran Señora.
¿Pero con qué confianza? Acudimos a derramar toda
la efusión de nuestro corazón, en todas nuestras
angustias y tribulaciones. Y apenas llegamos a su soberana presencia,
¡oh qué consuelo experimenta luego nuestro afligido
espíritu! ¡Oh, cómo se desahoga nuestro corazón
en tiernos suspiros! ¡Oh qué ternura, qué
dulce consuelo sentimos, cuándo nos postramos en su cámara
Angelical! Nuestra alma se enajena de gozo al considerar que
en este propiciatorio quedó nuestra benigna Ester, con
la vara de oro del celestial Asuero en sus manos, para alcanzarnos
favores y gracias. En esta casa de Angeles, a los pies del trono
de la Reina celestial, es donde se han enjugado las lágrimas
de tantos afligidos, donde se han templado los gemidos de tantos
desconsolados, y donde se han acallado los clamores de tantos
desesperados. Todo esto publica a cada paso la gratitud de los
españoles más piadosos, y de cuantos verdaderos
adoradores acuden a admirar de cerca esta gloriosa Jerusalén,
quienes ven cumplido en este santo Templo, de María del
Pilar, lo que pedía Salomón al Señor en
la dedicación de su santo Templo, cuando decía:
"si el extraño y el que no es de tu pueblo, viniere
de lejos atraído de la fama de tu grande nombre, y te
adorare en este lugar, tú le oirás desde tu firmísima
habitación, y cumplirás todas las cosas, por las
que el peregrino te invocare, para que todos reconozcan y respeten
su sagrado nombre, como lo hace tu querido pueblo."
Oración final. ¡Oh Madre amorosa! Yo, aunque
hijo ingrato, pero defensor de vuestras glorias, publicaré
a voz en grito, por todo el universo, que cuantos os han invocado
en sus necesidades y peligros, han experimentado los auxilios
y consuelos que generosamente derramáis sobre los que
os imploran con fervor. ¡Pero cuánto mas nosotros
que somos vuestros favorecidos, y que tantas pruebas tenemos
de vuestra bondad y compasión! Cuantas veces hemos exclamado
¡oh ,Madre de Dios del Pilar, sed nuestro amparo y consuelo
en nuestra tribulación!, otras tantas nos habéis
consolado. Continuad, Madre compasiva, en favorecernos, y principalmente
calmad nuestros temores en la hora de nuestra muerte. ¡Oh
cómo nos angustia la memoria de aquel momento terrible!
Consoladora de los afligidos, asistidnos en aquella hora de turbación,
y disipad todos nuestros temores. Proteged a vuestros hijos y
devotos. Recibidnos en vuestros brazos, y muramos en ellos, para
resucitar felizmente a la vida eterna. Concededme también
la gracia particular que os pido en esta Novena, si me conviene
para el mayor bien de mi alma. Criaturas todas de la tierra,
saludad a María como gran Señora del universo.
Amén.
Terminar con los oraciones
finales para todos los días.
Días 4 a 6 de
la novena en la página siguiente
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