ORACIÓN
ANTIGUA I
Sed
para siempre bendita, purísima Virgen, que os habéis
dignado aparecer hasta diez y ocho veces, muy resplandeciente
de luz, dulzura y hermosura en la solitaria gruta, y decir a
la humilde niña que os contemplaba extasiada: "Yo
soy la Inmaculada Concepción".
Sed para siempre bendita por
todos los extraordinarios favores que no cesáis de derramar
en este lugar.
Por la ternura de vuestro Inmaculado
Corazón, oh María, y por la gloria que ha dado
la Santa Iglesia, os conjuramos para realicéis las esperanzas
de paz que ha hecho nacer la proclamación del dogma de
vuestra Inmaculada Concepción.
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ORACIÓN
ANTIGUA II
Purísima
Reina de los ángeles; Águila real que llegaste
a contemplar tan inmediatamente al Sol de increada Justicia,
Jesucristo nuestro Señor; Aurora de la eterna luz, vestida
siempre de los fulgores de la gracia; Centro del amor divino,
donde halló su complacencia la Trinidad Beatísima;
Ciudad santa, donde no entró cosa manchada, y fundada
sobre los más altos montes de la santidad; Jerusalén
celestial, ideada en la misma gloria e iluminada con la claridad
de Dios. Por estos títulos de tu Concepción Purísima,
te suplico, Reina mía, que cómo Águila real
me ampares bajo las alas de tu protección piadosa; como
Aurora de la gracia esclarezcas e ilumines con tus fulgores mi
alma; como Centro del amor enciendas mi voluntad para que arda
en el divino; y que me admitas benigna como a tu fiel morador
en la Jerusalén triunfante, de la que eres Reina excelsa.
Oye Señora mis ruegos, y por el gran privilegio de tu
Concepción en gracia, concédeme fortaleza para
vencer mis pasiones, y con especialidad la que más me
combate; pues con tu intercesión y con el auxilio de la
gracia, propongo emprender la lucha hasta alcanzar la victoria.
Por mi Señor Jesucristo que vive y reina por los siglos
de los siglos. Amén.
¡Virgen Santísima
que de la dura peña hiciste brotar agua milagrosa, que
sana las enfermedades del cuerpo y del alma! Arranca, poderosísima
Señora, de nuestro endurecido corazón, lágrimas
de verdadera penitencia, para que laven la lepra del alma, a
fin de que el Señor nos perdone y levante de nosotros
el azote de su indignación.
1. Ambas
oraciones están recogidas en un antiguo devocionario en
español publicado en París a finales del siglo
XIX, es decir poco tiempo después de las apariciones de
Lourdes (1858). La primera recibió la aprobación
del obispo de Tarbes el 30 de octubre de 1867. [Volver]
Ilustraciones de la
página: reproducción de dos estampas religiosas
francesas del siglo XIX. |