Pues
del Perpetuo Socorro
Tierna Madre te aclamamos,
Haz, ¡oh Madre!, que sintamos
Tu perpetua protección. |
ORACIÓN I
¡Santísima Virgen
María, que para inspirarme confianza habéis querido
llamaros Madre del Perpetuo Socorro! Yo os suplico me socorráis
en todo tiempo y en todo lugar; en mis tentaciones, después
de mis caídas, en mis dificultades, en todas las miserias
de la vida y, sobre todo, en el trance de la muerte. Concédeme,
¡oh amorosa Madre!, el pensamiento y la costumbre de recurrir
siempre a Vos; porque estoy cierto de que, si soy fiel en invocaros,
Vos seréis fiel en socorrerme. Alcanzadme, pues, la gracia
de acudir a Vos sin cesar con la confianza de un hijo, a fin
de que obtenga vuestro perpetuo socorro y la perseverancia final.
Bendecidme y rogad por mí ahora y en la hora de mi muerte.
Así sea.
¡Oh Madre del Perpetuo
Socorro! Rogad a Jesús por mí, y salvadme. |
__________
ORACIÓN II
¡Oh Madre del Perpetuo
Socorro!, en cuyos brazos el mismo Niño Jesús parece
buscar seguro refugio; ya que ese mismo Dios hecho Hijo tuyo
como tierna Madre lo estrechas contra tu pecho y sujetas sus
manos con tu diestra, no permitas, Señora, que ese mismo
Jesús ofendido por nuestras culpas, descargue sobre el
mundo el brazo de su irritada justicia; sé tú nuestra
poderosa Medianera y Abogada, y detenga tu maternal socorro los
castigos que hemos merecido. En especial, Madre mía, concédeme
la gracia que te pido.
__________
ORACIÓN III
Santísima y siempre
pura Virgen María, Madre de Jesucristo, Reina del mundo
y Señora de todo lo creado; que a ninguno abandonas, a
ninguno desprecias ni dejas desconsolado a quien recurre a Ti
con corazón humilde y puro. No me deseches por mis gravísimos
e innumerables pecados, no me abandones por mis muchas iniquidades,
ni por la dureza e inmundicia de mi corazón me prives
de tu gracia y de tu amor, pues soy tu hijo. Escucha a este pecador
que confía en tu misericordia y piedad: socórreme,
piadosísima Madre del Perpetuo Socorro, de tu querido
Hijo, omnipotente Dios y Señor nuestro Jesucristo, la
indulgencia y la remisión de todos mis pecados y la gracia
de tu amor y temor, la salud y la castidad y el verme libre de
todos los peligros de alma y cuerpo. En los últimos momentos
de mi vida, sé mi piadosa auxiliadora y libra mi alma
de las eternas penas y de todo mal, así como las almas
de mis padres, familiares, amigos y bienhechores, y las de todos
los fieles vivos y difuntos, con el auxilio de Aquel que por
espacio de nueve meses llevaste en tu purísimo seno y
con tus manos reclinaste en el pesebre, tu Hijo y Señor
nuestro Jesucristo, que es bendito por los siglos de los siglos.
Amén.
__________
ORACIÓN IV
Oh Madre del Perpetuo Socorro,
concédeme la gracia de que pueda siempre invocar tu bellísimo
nombre ya que él es el Socorro del que vive y Esperanza
del que muere. Ah María dulcísima, María
de los pequeños y olvidados, haz que tu nombre sea de
hoy en adelante el aliento de mi vida. Cada vez que te llame,
Madre mía, apresúrate a socorrerme, pues, en todas
mi tentaciones, y en todas mis necesidades propongo no dejar
de invocarte diciendo y repitiendo: María, María,
Madre Mía.
Oh qué consuelo, qué
dulzura, qué confianza, qué ternura siente todo
mi ser con sólo repetir tu nombre y pensar en ti, Madre
Mía. Bendigo y doy gracias a Dios que te ha dado para
bien nuestro ese nombre tan dulce, tan amable y bello. Mas no
me contento con pronunciar tu bendito nombre, quiero pronunciarlo
con amor, quiero que el amor me recuerde que siempre debo acudir
a ti, Madre del Perpetuo Socorro. |